Llevábamos siete años casados,
cuando se me ocurrió…”sugerirle” a mi marido que…, quizás… fuese el momento
adecuado para… empezar a pensar en… tener un hijo. ¡Ya lo había dicho! Entonces,
dejó de respirar; sus ojos parecían querer escaparse de las órbitas y su cara se
convirtió en una especie de máscara de porcelana blanca, que yo pensé: “¿Tan
fuerte es lo que le he dicho? ¿O es que quiere hacerme creer que no podemos tener
hijos porque de repente, se ha convertido en un vampiro?”.
Cuando mi maridín se
recuperó del susto, le senté en una silla para explicarle (como se le explica a
un marido de treinta y siete años) mi proyecto:

-A ver, cariñín… ¡Qué esto no es
de un día para otro! Es decir, que no te digo: “Quiero un bebé” y a los dos
minutos nos lo traen por SEUR. Que todo lleva un proceso un… “poquitín” más
complejo. Verás: primero, tú, que serías el papá, tendrías que sembrar una
semillita en mí, que sería la mamá y, con un poco de suerte, en unos nueve
meses tendríamos a un bebé en casa. Así que, no te agobies porque aún no
tengamos elegido el dormitorio o el instituto en el que quieres que estudie.
Y no se agobió. De hecho, lo del
proyecto se lo tomó al pie de la letra y… “proyectábamos” varias veces al día...
Y… otras cuantas por la noche. Bueno, eso decía él, porque yo, la mayoría de
las noches, las.., "proyectaba" dormida.
Pero pasó un mes y no me quedé
embarazada; y otro mes y tampoco y otro y otro… Hasta que perdí la cuenta… y las
ganas de “proyectar”.
Entonces, Pepe (mi marido) pensó (por raro que parezca) que sería buena idea acudir a un especialista.
Subí sola a la consulta mientras Pepe
buscaba aparcamiento y, por algún misterioso sortilegio de la naturaleza, en el
mismo momento de sentarme, la enfermera dijo mi nombre. Mejor. Así se me
pasarían antes los nervios. Porque digamos lo que digamos, a las mujeres nos
gusta tanto ir al ginecólogo como al dentista. ¡Uno metiendo y el otro sacando!
-Buenas tardes. Adelante,
adelante-me dijo con mucha educación el médico, ofreciéndome una silla para
sentarme, lo cual hice lo más rápido que pude-Pues, bien… usted dirá.
-Pues… es que… no consigo
quedarme embarazada-confesé bajando el tono de voz y la cabeza, como si
estuviese confesando un crimen.
-Es que usted sola no puede. Lo
sabe ¿verdad?
“¿Este tío es tonto?” Empezábamos
mal.
-Sí. Algo había oído. Pero,
tranquilo, que mi marido, de vez en cuando, colabora.
-Ya, y ¿llevan mucho tiempo
intentándolo?-volvió a preguntar sin levantar la mirada de su escritorio.
-Bueno… sí… ehhh… llevamos siete
meses.
-Tranquila, mujer… Eso no es
tiempo suficiente, pero, si le parece, primero me gustaría explorarla.
“¡Vaya! Justo lo que yo quería”,
pensé sarcástica.
-Sí claro. Lo que usted
diga-contesté con educación.
-Bien, pues se me desnuda de
cintura para abajo, se me coloca esa sábana y se me sube al potro.
“¡Vamos! ¡Me habla así mi marido
y de la torta que le doy, le mando a la semana que viene!”
Pero yo obedecí sin protestar. Y llamaron
a la puerta.
-Adelante-gritó el médico.
La puerta se abrió y entró mi Pepe.
-Perdone…soy el marido de… -comenzó
a decir mi marido-¡Pero, bueno, Manolo! ¿Qué haces tú aquí?
-¡Hombre! ¡Cuánto tiempo!-el
ginecólogo se levantó y se dirigió hacia Pepe con la intención de abrazarle-Pues
¿ qué voy a hacer?... Que trabajo aquí. Me hice ginecólogo.
Y comenzaron una conversación en
la que sólo faltaron un par de cervezas.
-¡Qué tío! Todos sabíamos que
llegarías lejos-dijo Pepe con una excesiva admiración.
-Bueno, no mucho, que vivo aquí
al lado… y tú… ¿a qué te dedicas?
-Yo trabajo en una imprenta-contestó
Pepe con una escasa indiferencia.
-¡Qué impresión! ¿no?
-Bueno, no está mal… Pero… ¡Madre
mía! ¿Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?
-Perdonad…-intervine con cierto
“tonito”-Que yo sí que os veo.
-Ay, “cari”, perdona-Y por extraño
que parezca otra vez, Pepe ni se había dado cuenta de que yo estaba ahí-Es que… no me lo
puedo creer. ¡El Manolo! Ginecólogo-y dirigiéndose de nuevo a su amigo-Si es
que lo compartíamos todo ¿te acuerdas?
-Bueno, tú más. Tú siempre
dejabas todas tus cosas a todo el mundo-sonrió con socarronería el médico.
¡Esto era increíble! Ahí estaba
yo: espatarrada en el potro con mi marido a un lado y su amigo (con el que
compartía... “todo”) al otro.
-Ya me ha dicho tu mujer que no
consigues que se quede embarazada.
-Hombre, dicho así… suena como si
yo tuviese la culpa.
-Perdona, hombre. No quería
molestarte. Lo primero que hay que hacer es inspeccionarla.
-¡Ah, pues nada! Inspecciona,
inspecciona-autorizó mi marido como si yo no pudiese decidir por mí misma.
-Pero relájese, mujer-me dijo el
doctor, mientras se colocaba unos guantes-que le tengo que introducir el
espéculo.
-Oiga, a mí por detrás nada ¿eh?-“¡Faltaría
más!”, pensé.
-Que no, tranquila. Que es un
aparatito para poder abrir la vagina.
“Hombre, si es eso, ya me quedo
más tranquila. ¡No te fastidia!”
Si ya me pone nerviosa que un tío
al que no conozco de nada, me meta un aparato por cierta parte, ¿cómo pretende
que me relaje si encima mi marido está delante y es amigo del susodicho?
-Bien. Esto ya está-dijo el médico
cuando terminó la inspección-La matriz de tu mujer está estupenda.
¡Enhorabuena!
-Gracias, gracias. Es lo que
tiene trabajar en una imprenta-contestó orgulloso mi marido.
-¿El qué?-Y claro, el médico,
como había estudiado, no entendió la broma.
-Que yo ya sabía cómo elegir el
molde… Por lo de la matriz, ya sabes.
“¡Qué arte tiene mi Pepe!”
-Sí claro…-seguía sin hacerle ni
pizca de gracia-Mirad, yo creo que podríais empezar a utilizar el “método ogino”.
“Método ogino”. Vosotros
pensareis lo que queráis, pero a mí eso me sonaba a “ojete” pero en fino.
-¡Qué manía le ha entrado! Que
ese agujero está prohibido-casi le grité, porque me estaba empezando a hartar.
El ginecólogo miró a mi marido
con cara de estar pensando:”¡…o la callas tú, o la callo yo!”
-No, señora-y dijo “señora” de la
forma que a todas nos molesta que nos llamen-Se trata de tomarse la temperatura
basal y llevar un registro, al menos durante tres meses.
-¡Uy, es verdad! ¡Qué tonta! ¿En
qué estaría yo pensando?-dije para disimular.
El caso es que no podía dejar de pensar
en una cosa: “¿Para que querría que me
pusiese un termómetro en la nariz?” Le miré a los ojos y éstos me advirtieron
que ni se me ocurriese volver a preguntar.
Al llegar a casa, Pepe me dijo emocionado:
-¡Qué sorpresa lo del Manolo!...
¿eh? Oye ¿tú te has enterado de algo?
-Pues… no mucho, la verdad. Además,
no entiendo muy bien eso del termómetro
en la nariz.
-¡Que no es en la nariz! Eso sí
lo he entendido yo. Que no es nasal, que es basal-dijo silabeando y gritando.
Como si yo fuese extranjera o india-Que te lo tienes que poner… “ahí”-dijo señalando... "ahí".
-¡Ah! Ya decía yo.
Calendario de Fertilidad En busca del embarazoMétodo Ogino-Knauss
Tres meses poniéndome cada día el
termómetro; tres meses apuntando en un registro la temperatura, los ciclos menstruales,
las veces que “proyectábamos"… que ya no sabía si estaba intentando quedarme
embarazada o me estaba preparando para las Olimpiadas.
Pero nada. Un mes y otro y otro y
seguía sin quedarme en estado.
Y volvimos a visitar a Manolo.
-¡Hombre! De nuevo por aquí. ¿Qué
pasa? ¿Que aún no…?-fue el saludo del... encantador doctor.
-Pues…no-admitió mi marido con
cierto desánimo.
-Bueno, no desesperéis. Vamos a
intentar otra cosa ¿vale? ¡Será por métodos…!-Y cogió un calendario-A ver… ¿qué
tal os viene volver a la consulta el día siete de Julio?
-Hombre… teniendo en cuenta que
estamos en Enero… ¿por la mañana o por la tarde?-pregunté irónica y enfadada.
-Por la tarde. Sobre las cinco.
“Pero… ¡¿y yo qué sé qué narices estaré
haciendo el día siete de Julio a las cinco de la tarde?!”, es que este hombre me sacaba de mis casillas.
-Sí, sí. Nos viene bien. ¿Qué hay
que hacer?-y, como siempre, era como si otra persona contestase por mí.
-Pues… ese día, sobre las cuatro
de la tarde, tenéis que tener relaciones sexuales y nada más terminar, sin
limpiarte ni nada…-se dirigió a mí, que ya, después de “inspeccionarme”
delante de mi marido, había empezado a tutearme-te colocas una compresa y venís
corriendo a la consulta para analizar los fluidos.
Y se quedó tan ancho. Y mi Pepe
encantado con todo lo que decía Manolo. Porque como era ginecólogo… Y yo… Pues
yo con cara de pensar que nos estaban tomando el pelo.
En fin, siete meses más
programados para concebir, porque ya no hacíamos el amor. Desapareció el deseo
de “proyectar”, y sólo vivíamos para engendrar. Y así llegó el siete de julio.
A Pepe no se le ocurrió otra cosa
que pedir el día libre en el trabajo porque tenía que “proyectarme” (que ese
día se levantó animado), con el consiguiente, obvio y natural cachondeo por
parte de sus compañeros: “¡Yo también quiero que me receten eso!”, “¡Anda, que
vaya excusa!”, “¡Menuda suerte tienen algunos!”…
Cuando terminamos de comer, a las
cuatro menos cuarto en punto, yo me fui derecha al dormitorio y mi marido gritó
desde la cocina: “¡Voy a prepararme un café!”.
-¡¿Estás tonto?! ¡¿No ves que no
nos da tiempo?!-chillé como si se fuese a acabar el mundo.
-Mujer, un café…
-¡Que no! Que el médico dijo que
a las cuatro, así que… ¡Ven ya!-le agarré del brazo y le arrastré (literalmente)
hasta el dormitorio.
¡Y qué stress!
-¡Venga, se me desnuda y se me va tumbando en la cama,
ya!-le ordené.
-Espera… los calcetines…
-¡Ni calcetines ni leches!
Y ahí corriendo… pim pam, pim
pam,… y, al terminar, a vestirse igual de rápido y a salir disparados hacia la
consulta, que… ¡menos mal que estaba vacía! porque ya veía a Pepe, dando
explicaciones a todo el mundo con pelos y señales.
-¿Qué tal chicos? ¿Cómo ha ido la
cosa?-nos saludó Manolo con una sonrisa tan amplia y tan blanca que me hizo
pensar que quizás se había sacado dos carreras a la vez.
-Pues… te hemos grabado un DVD
para que lo puedas analizar mejor-la ironía manaba ya por mis poros de una
forma tan natural…
-¡¿En serio?!-preguntó Manolo; y
no quise saber si su expresión era de diversión o de esperanza.
-¡No hombre!-contestó Pepe-¡Qué
cosas tienes!
-Ya…ya… sabía que era una
broma-(Pues era de esperanza… ¡el muy…!)-Bueno, pues lo analizamos y en un par
de días tendréis los resultados.
Total, que después de diecisiete
meses esperando, nos daba lo mismo aguantar dos días más.
-Los resultados dicen, Pepe, que
tienes unos espermatozoides vagos…
-¡Pero si mi Pepe es muy
trabajador!-me quejé yo.
-Hay distintas causas… el estrés,
la mala alimentación, no hacer deporte… o, simplemente porque son así. Pero es que, además, tu óvulo, cuando los ve acercarse se comporta como si tuviese
miedo, entonces se arma con puñales y escudo y no les deja pasar.
“¡Pero… ¿esto qué es?! ¡¿Las
tomas falsas del Señor de los Anillos?!”
-Lo que tenéis que hacer es
engañarlo. Tenéis que empezar a usar preservativos y cuando llevéis un tiempo y
el óvulo se crea que ya no hay peligro… ¡zas! Sin preservativo.
-Y… ¿durante cuánto tiempo
tenemos que estar así? Y… ¿cómo sabremos cuándo es el momento? Y… ¿si nos
compramos un perro?-No estoy muy segura de si era desilusión o cansancio pero
todo esto empezaba a afectarnos bastante.
Tres meses más tarde… seguíamos
igual. Habíamos intentado engañar al óvulo de mil maneras distintas: Pepe
cambiaba de voz, o se disfrazaba, o nos pasábamos el día diciendo en voz alta y
amenazadora que jamás tendríamos hijos, que nos íbamos a comprar un perro… Pepe
me compró una botella de ron, un paquete de cigarrillos y un jamón. “Para
que el óvulo
piense que has
vuelto a la
adolescencia” decía, “Como las adolescentes se quedan enseguida…” ¡Incluso
quería que me pasase las noches en la discoteca!
Y volvimos a visitar a Manolo.
-Venga… no os agobiéis-“¡A que me
lo cargo!” pensaba yo-Yo también pasé lo mío ¿eh? Que mi mujer se quedó
embarazada al segundo mes y no os podéis imaginar qué disgusto…-“¡Lo mato!”-Venga,
que os voy a mandar a la consulta de fertilidad y ahí os harán todas las
pruebas necesarias.
-Pero… entonces… lo que hemos
hecho contigo… ¿para qué era?-preguntó mi marido con la inocencia de un niño de
tres años.
-Bueno… es que, veréis… el
porcentaje de que estos métodos funcionen es muy bajo. Aproximadamente del uno
por ciento. No podía perder la oportunidad de demostrarle a mi enfermera que
vosotros pertenecíais al noventa y nueve por ciento restante y… me lié la manta
a la cabeza, me arriesgué y aposté con ella una bolsa de patatas fritas. ¡Y he
ganado! ¡¿No es genial?!
-¡¿Y nos has tenido casi dos años
haciendo el… idiota por una bolsa de patatas?!
Ahora estoy más tranquila. Pero,
en la consulta, Pepe tuvo que llamar a la enfermera para poder desencajar mis
dientes que… (no sé cómo) acabaron clavados en el muslo de Manolo.
Y al final… pues al final, como
ya no teníamos que andar preocupándonos por tablas, ni termómetros, ni nada por
el estilo, volvimos a “proyectar”, disfrutando de la libertad y la relajación
que ello nos proporcionaba.
Y acudimos a la consulta de
fertilidad… sólo para que supiesen... que me había quedado embarazada.
Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!