A las cuatro de la mañana, nos
presentamos los cuatro en Urgencias: Víctor, Hugo, mi marido y yo. Y, como es lógico, nos
acercamos a la ventanilla de Admisión.
-Buenas noches –nos atendió una
señorita.
-Hola… Buenas…Verá…el niño, que
le duele la tripa-expliqué.
-No se ponga nerviosa, que tengo
que cogerle los datos. A ver… ¿para quién es la consulta?
-Para el niño… Si se lo acabo de
decir… –contesté señalando a Víctor.
-Bien. Y ¿qué le pasa?
En mi cara se podía leer
claramente: “Esta tía es tonta”, pero
mi boca respondió pacientemente:
-Que le duele la tripa.
-Vale. Pues cojan este numerito-nos dio un numerito, como en la carnicería- y esperen a que aparezca en la pantalla. No dejen de estar pendientes para que no se les pase; que luego pasa lo que pasa...
Mi marido agarró a Víctor por las
axilas, mientras Hugo y yo, por ayudar, le cogimos cada uno de una pierna. Con
las prisas por llegar lo antes posible al Box 7, temiendo que apareciese alguien de repente y nos
robase el turno, creo… no estoy muy segura… que golpeamos a Víctor varias veces
contra las paredes. El pobrecito tenía tanto dolor de tripa que, supongo que no
se enteró. Y nosotros estábamos tan nerviosos, que tampoco.
-A ver –nos dijo el médico que
estaba en el Box 7- ¿qué le ocurre?
-Que le duele la tripa-contesté.
-Oiga, señora…que esto es
Urgencias. Aquí no se viene a molestar por un dolor de tripa.
-Pero es que lleva todo el día
así y cada vez va a más.
-¿Le ha llevado a su médico?
-¡Claro! Ha dicho que serían
gases.
-Y usted… ¿no ha notado algún
olor extraño en casa?
-Pues… ahora que lo dice, sí….
¡Ah, no! Eran los pies de Hugo cuando se ha quitado las zapatillas.
-Mire, voy a auscultarle porque
me pilla usted de buenas. A ver… descúbrale el pecho.
Casi tuvimos que hacer palanca
para poder separar los brazos de Víctor de sus piernas, ya que se había hecho
un ovillo contraído por el dolor.
Y, otra vez, el médico de
Urgencias, que utilizaba la misma técnica que la pediatra, comenzó a masajear
la tripa de Víctor, sin tener ninguna consideración por los gritos de mi
hijo.
-Pues… la verdad es que no tengo
muy claro que sean gases. Si me disculpan un momento, voy a buscar a un
compañero.
Salió del Box 7 y nosotros
empezamos a preocuparnos cada vez más. No nos parecía muy buena señal que necesitase
la opinión de otro médico.
A los pocos minutos apareció con
un mastodonte al lado que medía, por lo menos, por lo menos… un metro sesenta;
pero de ancho. ¡Con unas manos…! Sólo le hizo falta apoyar una en la tripa
de Víctor para abarcarla entera y entonces dijo:
-¡Qué calentita tiene la tripita!
-Sí, es que ya he estado yo antes
sobándola-le contestó el primer médico- ¿Tú qué crees?
-Que si tú lo dices será verdad.
-No, hombre. Que ¿qué crees de la
tripa?
-Pues… sinceramente… creo que se
le da demasiada importancia. Es decir, hay otros órganos que son más vitales y
a los que dejamos de lado. Por ejemplo, el bazo. ¿Por qué nadie habla del bazo?
-¡De la tripa del niño!-dijo el
primer médico apretando los dientes.
-Si no especificas… yo creí que
te referías a… la tripa a rasgos generales. Bueno, pues… podría ser apendicitis. –Y
llevando a su compañero aparte le dijo- Yo le mandaría al Hospital Infantil y
que se hagan cargo ellos. Que aún me debes la revancha del Monopoly.
-¡Oiga, pues si quiere, mandamos
a mi hijo que vaya solito al Hospital y jugamos los cuatro esa partida! –Por
extraño que pareciese, era mi marido el que se estaba empezando a enfadar.
-Perdone, perdone –trató de
justificarse el primer médico- Aunque mi compañero parezca… un poco tonto, a
veces tiene razón. Aquí no tenemos cirugía infantil y si se trata de un caso de
apendicitis, será mejor que lo cojan antes de que se convierta en peritonitis.
-Hombre, visto así…
-Nada, nada. Ahora mismo les hago
el informe y les preparo una ambulancia.
Y en ella nos metimos los cuatro,
junto con el conductor y un asistente. Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!