viernes, 10 de noviembre de 2017

¿QUE HE HECHO YO PARA ACABAR ASÍ? PARTE 1

Creo que era la séptima vez que mi hermana llegaba contando entusiasmada, que había conocido a alguien extraordinario, a alguien único con quien se había sentido transportada al séptimo cielo y del que se había enamorado. ¡¡¡Otra vez, no!!! ¡¡¡Por favor!!!
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Otra vez tendría que soportar sus suspiros, sus risitas, sus nervios... sus..."puyitas": que si… "mira qué majo es", que si… "mira cómo me trata", que si… "mira lo que me ha regalado"... que si... que si... que si pudiese… les cogía a los dos y los estampaba contra la pared de lo empalagosos que eran.
Y luego mi madre: "¡Hay que ver qué educado es!...¡Si hasta quita la mesa!",  "¡A ver si aprendes de tu hermana!" Vamos, lo típico. Y, en cuestión de... ¿cuánto? ¿tres meses?... (sí, tres meses era lo máximo que cualquier chico había aguantado a mi hermana y a mi madre juntas), tendría que tragarme la segunda parte de su historia. Los suspiros de mi hermana se habrían convertido en llantos, las risitas en más llantos y los nervios... en “nerviones”. Y mi madre: "¡Ay mi niña, que el desgraciado ese no te merecía!" "Si no se lavaba mucho, que ya le cantaba el alerón cuando se acercaba a besarme. Más guarro..." "Y cuando quitaba la mesa, dejaba los platos en la encimera. ¡Vaya una manera de recoger que tenía!" "Y tú, aprende de tu hermana, que ha sabido dejarle a tiempo". ¡¿Dejarle?! A ver, esto fue lo que ocurrió en realidad:
"Ring, ring", suena el teléfono de casa y mi hermana, flotando en su nube de algodón, sale escopetada, con el rimel en una mano y una sandalia en la otra, para que nadie ose coger el teléfono antes que ella. Casi sin aliento, logra poner esa voz de "pitiminí" que usa cuando quiere conseguir algo y contesta:
-¿Sííííí?.
-Hola ¿eres Olivia?.
-...Eh, sí, soy yo-vuelve a contestar mi hermana entre sorprendida y decepcionada.
-Ah, pues mira, que soy amigo de Rubén, y me ha dicho que te diga que te deja. Evidentemente, mi hermana con cara de estupefacción (que no de estupefaciente) le dice:
-Perdona, creo que no te he entendido muy bien. ¿Me lo puedes repetir?.
-Que Rubén te deja.
-Que Rubén me deja-repite mi hermana en bajito-¡¿Cómo que Rubén me deja?!-y ahí ya chillando, por supuesto.
-Mira tía…¡yo que sé! A mí me ha dado 20 Euros para que te llame y te lo diga.
-¡¿Pero es que encima te ha pagado?!.
-Hombre, digo yo que estas cosas no son tan agradables de decir como para no cobrar.
-¡Pero ¿qué clase de amigo eres tú?!.
-La verdad es que muy, muy amigos no somos. Más bien conocidos... bueno, del otro día que nos presentó Asier en la fiesta de su hermana.
Entonces mi hermana, de repente, sonríe. Ella es así… imprevisible.
-Oye, esto es una broma ¿a que sí?
-No, no.  Nada de bromas, que yo soy muy serio.
-Es que... no puede ser... no entiendo... qué ha pasado... ¡¿Por qué no me llama él y da la cara?!
-Mira tía, lo siento, de verdad. Me dijo no sé qué de tu madre… algo así como que no quería llevarse el lote completo y no sé qué más historias. Y que pasaba de llamarte porque, al final le liarías.
Y así solían ser, más o menos todas las relaciones de mi hermana: superefusivas en sus comienzos, con el real acompañamiento de trompetas y fanfarrias de mi madre y desastrosas en sus breves finales, con la teatrera compañía de plañideras de la misma.
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Y yo, teniendo que aguantarlo todo. Porque yo... no era la más alta, ni la más rubia, ni la más lista, ni la más... nada. No había nada en lo que yo fuese la más. Claro que... tampoco me importaba. Había aprendido a vivir así. Yo sabía que ellas me querían. A su manera, sí. Pero... tenía muy claro que mi madre y mi hermana formaban cada una la mitad de la otra, que no sabían vivir separadas; por eso, algunas veces no entendía el empeño que ponía mi madre en las relaciones de mi hermana. Si Olivia se casaba...se separarían. Y entonces... ¡oh no! ¡Entonces mi madre se volcaría en mí y me haría la vida imposible! ¡No, no, no; no podía permitir eso! Haría lo que estuviese en mi mano para que mi hermana no se fuese nunca de casa. Al menos antes que yo.
Mi madre quiso conocer enseguida a la joyita con la que soñaba mi hermana, así que un domingo le invitó a comer. Nada del otro jueves. Paella. Lo de todos los domingos.
¿El siete es un número mágico? Porque mi hermana se levantó ese día a las siete de la mañana, para presentarnos a su séptima adquisición; se comió siete galletas para desayunar y me dijo que había soñado con un gato. Sí, un gato. Como tienen siete vidas...
Sus nervios consiguieron despertarnos a todos, así que no me quedó más remedio que pegarme otro madrugón y levantarme… a eso de las once de la mañana. El estrés había activado el apetito de Olivia que, en ese momento, se estaba preparando una tostada de mermelada de frambuesa. Mientras me calentaba el café, me fijé en cómo le temblaba el cuchillo en las manos. La tostada se le resbaló y cayó encima de su pantalón, por supuesto y como debe ser, por el lado de la mermelada. Sin apenas mirarme, la cogió indiferente y al ir a darle un bocado, se sobresaltó tanto cuando mi madre enchufó el equipo de música a todo volumen que, sin querer, se… “estampó” la tostada en la cara. Sin apenas inmutarse, intentó coger una servilleta sin levantarse de la silla, realizando para ello mil equilibrios sobre las patas, con lo cual el resultado fue que sus manos acabaron totalmente pringadas y la tostada en el suelo.
-Jo, tía. Recógela-le dije.
-Sí, hombre. ¿Y si me mancho?
Y se fue a su cuarto, con la cabeza bien alta y la dignidad por los suelos.
Pensé que era mejor no decirle nada. Realmente me tenía sorprendida. Me conocía a la perfección el ritual de "presentación de novio a la familia" y éste no era el comportamiento habitual de mi hermana. Las seis veces anteriores se había mostrado más... digamos… relajada. Como si lo hubiese tenido todo asegurado desde el principio. Quizás esta vez fuese la definitiva y estuviese enamorada de verdad y acabase casándose y... ¡Pero ¿qué estaba diciendo?! ¡¿Acaso me había olvidado de mi misión?! Ainssss… me sentía fatal. Muy mala. Pero mala de perversa, no de enferma. Pobrecita mi hermana… “¿cómo voy a hacerle eso?” pero es que... era ella o era yo.
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A la una y media ya estábamos todos preparados y acicalados, incluido mi padre, que normalmente vivía en la terraza pegado a sus plantitas. Tenía tal habilidad para mimetizarse con el entorno que, en más de una ocasión, le habíamos dejado encerrado afuera.
-¡Olivia!-chilló de repente mi madre-¡Los dientes!.
-Los llevo mamá-contestó mi hermana sin saber lo que decía.
-¡Que si te los has lavado!.
-¡Ah, sí, sí. Claro!
-Y... ¿cómo dices que se llama tu chico?-le pregunté a mi hermana, más por hacer la espera menos desesperada que por interés.
-Nani-contestó medio suspirando, sonriendo y poniendo ojitos.
-¡¿Nani?!¡¿Pero… cómo un tío puede llamarse Nani?!-contesté empezando a morirme de risa mientras mi hermana empezaba a ponerse más nerviosa aún.
-Bueno, en realidad se llama Estanislao.
-¡¿Estanislao?! ¡¿Cómo un tío puede llamarse Estanislao?!
-¡Mamáááá´!-gimoteó mi hermana.
-Déjala Olivia-dijo a Olivia-¿No ves que es envidia? Con ese nombre seguro que viene de una familia de bien. Y tú-a mí-¿quieres comportarte de una vez y dejar de meterte con tu hermana?
-Perdón, perdón-me excusé entre risas.
Y entonces empecé a imaginarme al tal "Nani". Pero no hubo manera. Cada vez que lo intentaba, se me aparecía la imagen del criado gordo que salía en la película de "Tiana y el sapo", el que se hacía pasar por el príncipe… y las risas se transformaron en carcajadas. Al final, tuve que volver al baño a retocarme el maquillaje porque se me había corrido el rimel.
Y llamaron al telefonillo. 

Y, hasta la próxima entrada, y sea el día que sea... ¡¡Feliz Fin de Semana!!

lunes, 6 de noviembre de 2017

LEER NO OCUPA LUGAR... ¿O SÍ?

Estoy preocupada porque la gente lee poco. Sí, pero, aun así, lee… ¿Sabéis por qué? ¿para cultivarse? ¿para entretenerse?... ¿para acabar el trabajo de “La casa de Bernarda Alba” para su hijo? ¡No! La gente lee para hacer daño. En serio. Yo, por ejemplo, suelo leer por la noche. Y ¿por qué? Básicamente para molestar; sobre todo si ese día he discutido con mi pareja. Veréis… me cojo el libro más gordo que tengo en casa… esa novela de la que, obviamente ya está hecha la película… así que ni siquiera me tengo que molestar en leer; me basta con pasar las hojas con fuerza para hacer ruido y girar la lamparilla de la mesita de noche para fastidiar y… ¡así me duermo mucho mejor! Que digo yo: ¿para qué te vas a leer “Los miserables”, por ejemplo, si puedes ver la película o el musical? Y claro, mi marido cabreado me dice: “¡¿Es que no te cansas de leer?!” ¡Ni que leyera corriendo!
Luego le “convenzo” para que me acompañe a ver todas las versiones cinematográficas de los libros que sí he leído, para acabar diciéndole: “Pues me gusta más el libro; es que no tiene nada que ver con la película. Lo han cambiado casi todo”. Y entonces él, más enfadado que Paco Umbral intentando hablar de su libro… ¿cuál era?... ¡Ah sí!, “La década prodigiosa” ¿no?... bueno, pues él (mi marido, no Paco Umbral, claro) empieza a chillarme:
-¡¿Por qué me obligas a ir al cine entonces?! Vamos a ver, alma de cántaro… al que se ha leído Harry Potter, no le va a gustar la película; al que lee “El Quijote”, la película le va a parecer… ¡una chorrada! y el que lee “50 sombras de Grey”… ¡quiere practicar no leer!
Como al final ninguno de los dos consigue dormir, nos ponemos a hablar de libros. Que leer no leeremos, pero hablar… hablamos mucho. Anoche, sin ir más lejos me preguntó qué libro me estaba leyendo.
-“La honestidad y otros valores”-contesté orgullosa.
-¡Anda! Y ¿cómo lo has conseguido?
- …Lo… he robado de la biblioteca.
-Desde luego… no tienes vergüenza-me reprendió. Y claro, yo ofendida, tuve que atacarle:
-A ver, listo, ¿Tú con qué estás?
-Pues mira, he hecho un curso de lectura rápida y me he leído “Guerra y paz” en 20 min… Creo que dice algo de Rusia…
-Sí… muy bueno, pero ya que hablamos de literatura clásica, yo creo que Cervantes es el mejor escritor que jamás he leído.
-¿Ah sí?  ¿Y cuál de sus libros te gusta más?
-¡Que jamás he leído, he dicho!
-¡Si leyeses un libro por cada diez selfies que te haces…!
-Tienes razón, mi amor. Estoy segura de que a “alguien” le importa lo que dices. No a mí, pero a alguien sí.
 -Deberías hacer como yo. Mira… anoche me leí “Los pilares de la tierra” en dos horas… Sé que son sólo cinco palabras… pero… yo estoy satisfecho.
Y es que a mi marido le gustan más esos libros en los que uno no sabe cómo van a terminar, de esos que hasta el final es imposible saber si va a quedar todo bien o va a ocurrir una tragedia. Yo pensé que le gustaban los libros de suspense, pero no, los que le gustan son los de recetas de cocina.
Y lo peor fue aquel día en que, de pronto, comenzó a reírse a carcajadas porque recordó una parte graciosa del libro que se estaba leyendo. Creo que era de un restaurante francés: “Comida de vegano y de inviegno”. Claro, yo lo comprendí, pero no todos los presentes en el funeral fueron tan tolerantes como yo.
Otro día llegó a casa y me dijo:
-Oye ¿sabes que han abierto una nueva librería en el barrio? Aunque no sé si van a durar mucho. ¿Te puedes creer que pregunté si tenían algún libro sobre el sentido de los gustos y va y me contesta que sobre gustos no hay nada escrito? Entonces le dije: “Bueno… ¿tienes algo de Heminway?” Y el dependiente: “El viejo y el mar” Y yo: “Uhmmm… venga… pues dame el viejo” y me miró como si fuese un bicho raro. Así que he decidido comprarme un ebook y descargarme yo mismo lo libros. Por cierto, si te bajas “La Ilíada”… ten cuidado… que está cargada de troyanos.
Total… que cuando termina de leer un libro entra como en un pozo vacío y siente como si se hubiese terminado una parte de nuestra vida, así que me dice:
-¡Voy a escribir un libro! Venga, ayúdame. Vamos a buscar un título.
Y yo, entusiasmada le digo: 
-¿Recuerdas los títulos de los libros de cuando éramos pequeños? ¡Qué títulos tan bonitos! ¡Qué emocionante! Yo me acuerdo de uno que decía algo así como….”Pachín”…”Pachán”…¡OOOhhh!! ¡Qué bonito! “Pachín pachán”.
-…Naaaa, déjalo… Si realmente nunca he entendido por qué una persona se puede pasar dos años escribiendo una novela, cuando la puede comprar ya escrita, como por ejemplo “Me llamo Asia”, (buenísima, por cierto) por tan solo trece euros con sesenta.
 -Sí. Eso o, mejor aún, pedir los libros prestados. Aunque ahí tienes que ir con cuidado. Hay un refrán que dice:  “ Nunca prestes libros, ya que, al final, nadie los devuelve”.
-Eso no es ningún refrán. Te lo acabas de inventar.
-Vale… sí. Pero hablo con conocimiento de causa. Mira nuestras estanterías: Los únicos libros que tenemos… son libros que nos han prestado.


Y, hasta la próxima entrada, y sea el día que sea... ¡¡Feliz Fin de Semana!!