Creo que era la séptima vez que mi
hermana llegaba contando entusiasmada, que había conocido a alguien extraordinario,
a alguien único con quien se había sentido transportada al séptimo cielo y del
que se había enamorado. ¡¡¡Otra vez, no!!! ¡¡¡Por favor!!!
💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗💗
Otra vez tendría que soportar sus suspiros,
sus risitas, sus nervios... sus..."puyitas": que si… "mira qué
majo es", que si… "mira cómo me trata", que si… "mira lo
que me ha regalado"... que si... que si... que si pudiese… les cogía a los
dos y los estampaba contra la pared de lo empalagosos que eran.
Y luego mi madre: "¡Hay que ver
qué educado es!...¡Si hasta quita la mesa!", "¡A ver si aprendes de tu hermana!"
Vamos, lo típico. Y, en cuestión de... ¿cuánto? ¿tres meses?... (sí, tres meses
era lo máximo que cualquier chico había aguantado a mi hermana y a mi madre
juntas), tendría que tragarme la segunda parte de su historia. Los suspiros de
mi hermana se habrían convertido en llantos, las risitas en más llantos y los
nervios... en “nerviones”. Y mi madre: "¡Ay mi niña, que el desgraciado
ese no te merecía!" "Si no se lavaba mucho, que ya le cantaba el
alerón cuando se acercaba a besarme. Más guarro..." "Y cuando quitaba
la mesa, dejaba los platos en la encimera. ¡Vaya una manera de recoger que
tenía!" "Y tú, aprende de tu hermana, que ha sabido dejarle a
tiempo". ¡¿Dejarle?! A ver, esto fue lo que ocurrió en realidad:
"Ring, ring", suena el
teléfono de casa y mi hermana, flotando en su nube de algodón, sale escopetada,
con el rimel en una mano y una sandalia en la otra, para que nadie ose coger el
teléfono antes que ella. Casi sin aliento, logra poner esa voz de
"pitiminí" que usa cuando quiere conseguir algo y contesta:
-¿Sííííí?.
-Hola
¿eres Olivia?.
-...Eh,
sí, soy yo-vuelve a contestar mi hermana entre sorprendida y decepcionada.
-Ah,
pues mira, que soy amigo de Rubén, y me ha dicho que te diga que te deja.
Evidentemente, mi hermana con cara de estupefacción (que no de estupefaciente)
le dice:
-Perdona,
creo que no te he entendido muy bien. ¿Me lo puedes repetir?.
-Que
Rubén te deja.
-Que
Rubén me deja-repite mi hermana en bajito-¡¿Cómo que Rubén me deja?!-y ahí ya
chillando, por supuesto.
-Mira
tía…¡yo que sé! A mí me ha dado 20 Euros para que te llame y te lo diga.
-¡¿Pero
es que encima te ha pagado?!.
-Hombre,
digo yo que estas cosas no son tan agradables de decir como para no cobrar.
-¡Pero
¿qué clase de amigo eres tú?!.
-La
verdad es que muy, muy amigos no somos. Más bien conocidos... bueno, del otro
día que nos presentó Asier en la fiesta de su hermana.
Entonces
mi hermana, de repente, sonríe. Ella es así… imprevisible.
-Oye,
esto es una broma ¿a que sí?
-No,
no. Nada de bromas, que yo soy muy serio.
-Es
que... no puede ser... no entiendo... qué ha pasado... ¡¿Por qué no me llama él
y da la cara?!
-Mira
tía, lo siento, de verdad. Me dijo no sé qué de tu madre… algo así como que no
quería llevarse el lote completo y no sé qué más historias. Y que pasaba de
llamarte porque, al final le liarías.
Y así solían ser, más o menos todas las
relaciones de mi hermana: superefusivas en sus comienzos, con el real
acompañamiento de trompetas y fanfarrias de mi madre y desastrosas en sus
breves finales, con la teatrera compañía de plañideras de la misma.
💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧💧
Y yo, teniendo que aguantarlo todo.
Porque yo... no era la más alta, ni la más rubia, ni la más lista, ni la más...
nada. No había nada en lo que yo fuese la más. Claro que... tampoco me
importaba. Había aprendido a vivir así. Yo sabía que ellas me querían. A su
manera, sí. Pero... tenía muy claro que mi madre y mi hermana formaban cada una
la mitad de la otra, que no sabían vivir separadas; por eso, algunas veces no
entendía el empeño que ponía mi madre en las relaciones de mi hermana. Si
Olivia se casaba...se separarían. Y entonces... ¡oh no! ¡Entonces mi madre se
volcaría en mí y me haría la vida imposible! ¡No, no, no; no podía permitir
eso! Haría lo que estuviese en mi mano para que mi hermana no se fuese nunca de
casa. Al menos antes que yo.
Mi madre quiso conocer enseguida a la
joyita con la que soñaba mi hermana, así que un domingo le invitó a comer. Nada
del otro jueves. Paella. Lo de todos los domingos.
¿El siete es un número mágico? Porque
mi hermana se levantó ese día a las siete de la mañana, para presentarnos a su
séptima adquisición; se comió siete galletas para desayunar y me dijo que había
soñado con un gato. Sí, un gato. Como tienen siete vidas...
Sus nervios consiguieron despertarnos a
todos, así que no me quedó más remedio que pegarme otro madrugón y levantarme…
a eso de las once de la mañana. El estrés había activado el apetito de Olivia que,
en ese momento, se estaba preparando una tostada de mermelada de frambuesa.
Mientras me calentaba el café, me fijé en cómo le temblaba el cuchillo en las
manos. La tostada se le resbaló y cayó encima de su pantalón, por supuesto y
como debe ser, por el lado de la mermelada. Sin apenas mirarme, la cogió
indiferente y al ir a darle un bocado, se sobresaltó tanto cuando mi madre
enchufó el equipo de música a todo volumen que, sin querer, se… “estampó” la
tostada en la cara. Sin apenas inmutarse, intentó coger una servilleta sin
levantarse de la silla, realizando para ello mil equilibrios sobre las patas,
con lo cual el resultado fue que sus manos acabaron totalmente pringadas y la
tostada en el suelo.
-Jo, tía. Recógela-le dije.
-Sí, hombre. ¿Y si me mancho?
Y se fue a su cuarto, con la cabeza
bien alta y la dignidad por los suelos.
Pensé que era mejor no decirle nada.
Realmente me tenía sorprendida. Me conocía a la perfección el ritual de
"presentación de novio a la familia" y éste no era el comportamiento
habitual de mi hermana. Las seis veces anteriores se había mostrado más...
digamos… relajada. Como si lo hubiese tenido todo asegurado desde el principio.
Quizás esta vez fuese la definitiva y estuviese enamorada de verdad y acabase
casándose y... ¡Pero ¿qué estaba diciendo?! ¡¿Acaso me había olvidado de mi
misión?! Ainssss… me sentía fatal. Muy mala. Pero mala de perversa, no de
enferma. Pobrecita mi hermana… “¿cómo voy
a hacerle eso?” pero es que... era ella o era yo.
💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔
A la una y media ya estábamos todos
preparados y acicalados, incluido mi padre, que normalmente vivía en la terraza
pegado a sus plantitas. Tenía tal habilidad para mimetizarse con el entorno
que, en más de una ocasión, le habíamos dejado encerrado afuera.
-¡Olivia!-chilló de repente mi madre-¡Los
dientes!.
-Los llevo mamá-contestó mi hermana sin
saber lo que decía.
-¡Que si te los has lavado!.
-¡Ah, sí, sí. Claro!
-Y... ¿cómo dices que se llama tu
chico?-le pregunté a mi hermana, más por hacer la espera menos desesperada que
por interés.
-Nani-contestó medio suspirando,
sonriendo y poniendo ojitos.
-¡¿Nani?!¡¿Pero… cómo un tío puede
llamarse Nani?!-contesté empezando a morirme de risa mientras mi hermana
empezaba a ponerse más nerviosa aún.
-Bueno, en realidad se llama Estanislao.
-¡¿Estanislao?! ¡¿Cómo un tío puede
llamarse Estanislao?!
-¡Mamáááá´!-gimoteó mi hermana.
-Déjala Olivia-dijo a Olivia-¿No ves
que es envidia? Con ese nombre seguro que viene de una familia de bien. Y tú-a
mí-¿quieres comportarte de una vez y dejar de meterte con tu hermana?
-Perdón, perdón-me excusé entre risas.
Y entonces empecé a imaginarme al tal
"Nani". Pero no hubo manera. Cada vez que lo intentaba, se me
aparecía la imagen del criado gordo que salía en la película de "Tiana y
el sapo", el que se hacía pasar por el príncipe… y las risas se
transformaron en carcajadas. Al final, tuve que volver al baño a retocarme el
maquillaje porque se me había corrido el rimel.
Y llamaron al telefonillo.
Y, hasta la próxima entrada, y sea el día que sea... ¡¡Feliz Fin de Semana!!