Estoy
preocupada porque la gente lee poco. Sí, pero, aun así, lee… ¿Sabéis por qué?
¿para cultivarse? ¿para entretenerse?... ¿para acabar el trabajo de “La casa de
Bernarda Alba” para su hijo? ¡No! La gente lee para hacer daño. En serio. Yo,
por ejemplo, suelo leer por la noche. Y ¿por qué? Básicamente para molestar;
sobre todo si ese día he discutido con mi pareja. Veréis… me cojo el libro más
gordo que tengo en casa… esa novela de la que, obviamente ya está hecha la
película… así que ni siquiera me tengo que molestar en leer; me basta con pasar
las hojas con fuerza para hacer ruido y girar la lamparilla de la mesita de
noche para fastidiar y… ¡así me duermo mucho mejor! Que digo yo: ¿para qué te
vas a leer “Los miserables”, por ejemplo, si puedes ver la película o el
musical? Y claro, mi marido cabreado me dice: “¡¿Es que no te cansas de leer?!”
¡Ni que leyera corriendo!
Luego
le “convenzo” para que me acompañe a ver todas las versiones cinematográficas
de los libros que sí he leído, para acabar diciéndole: “Pues me gusta más el
libro; es que no tiene nada que ver con la película. Lo han cambiado casi todo”.
Y entonces él, más enfadado que Paco Umbral intentando hablar de su libro…
¿cuál era?... ¡Ah sí!, “La década prodigiosa” ¿no?... bueno, pues él (mi
marido, no Paco Umbral, claro) empieza a chillarme:
-¡¿Por
qué me obligas a ir al cine entonces?! Vamos a ver, alma de cántaro… al que se
ha leído Harry Potter, no le va a gustar la película; al que lee “El Quijote”,
la película le va a parecer… ¡una chorrada! y el que lee “50 sombras de Grey”…
¡quiere practicar no leer!
Como
al final ninguno de los dos consigue dormir, nos ponemos a hablar de libros. Que
leer no leeremos, pero hablar… hablamos mucho. Anoche, sin ir más lejos me
preguntó qué libro me estaba leyendo.
-“La
honestidad y otros valores”-contesté orgullosa.
-¡Anda!
Y ¿cómo lo has conseguido?
-
…Lo… he robado de la biblioteca.
-Desde
luego… no tienes vergüenza-me reprendió. Y claro, yo ofendida, tuve que
atacarle:
-A
ver, listo, ¿Tú con qué estás?
-Pues
mira, he hecho un curso de lectura rápida y me he leído “Guerra y paz” en 20 min…
Creo que dice algo de Rusia…
-Sí…
muy bueno, pero ya que hablamos de literatura clásica, yo creo que Cervantes es
el mejor escritor que jamás he leído.
-¿Ah
sí? ¿Y cuál de sus libros te gusta más?
-¡Que jamás he leído, he dicho!
-¡Si leyeses un libro por cada diez selfies que
te haces…!
-Tienes razón, mi amor. Estoy segura de que a
“alguien” le importa lo que dices. No a mí, pero a alguien sí.
-Deberías hacer como yo. Mira… anoche me leí “Los
pilares de la tierra” en dos horas… Sé que son sólo cinco palabras… pero… yo
estoy satisfecho.
Y es que a mi marido le
gustan más esos libros en los que uno no sabe cómo van a terminar, de esos que
hasta el final es imposible saber si va a quedar todo bien o va a ocurrir una
tragedia. Yo pensé que le gustaban los libros de suspense, pero no, los que le
gustan son los de recetas de cocina.
Y
lo peor fue aquel día en que, de pronto, comenzó a reírse a carcajadas porque recordó
una parte graciosa del libro que se estaba leyendo. Creo que era de un
restaurante francés: “Comida de vegano y de inviegno”. Claro, yo lo comprendí,
pero no todos los presentes en el funeral fueron tan tolerantes como yo.
Otro
día llegó a casa y me dijo:
-Oye
¿sabes que han abierto una nueva librería en el barrio? Aunque no sé si van a
durar mucho. ¿Te puedes creer que pregunté si tenían algún libro sobre el
sentido de los gustos y va y me contesta que sobre gustos no hay nada escrito?
Entonces le dije: “Bueno… ¿tienes algo de Heminway?” Y el dependiente: “El
viejo y el mar” Y yo: “Uhmmm… venga… pues dame el viejo” y me miró como si
fuese un bicho raro. Así que he decidido comprarme un ebook y descargarme yo
mismo lo libros. Por cierto, si te bajas “La Ilíada”… ten cuidado… que está
cargada de troyanos.
Total…
que cuando termina de leer un libro entra como en un pozo vacío y siente como si
se hubiese terminado una parte de nuestra vida, así que me dice:
-¡Voy
a escribir un libro! Venga, ayúdame. Vamos a buscar un título.
Y
yo, entusiasmada le digo:
-¿Recuerdas
los títulos de los libros de cuando éramos pequeños? ¡Qué títulos tan bonitos!
¡Qué emocionante! Yo me acuerdo de uno que decía algo así como….”Pachín”…”Pachán”…¡OOOhhh!!
¡Qué bonito! “Pachín pachán”.
-…Naaaa, déjalo… Si realmente nunca he entendido por qué una persona se puede pasar dos años
escribiendo una novela, cuando la puede comprar ya escrita, como por ejemplo “Me
llamo Asia”, (buenísima, por cierto) por tan solo trece euros con sesenta.
-Sí. Eso o, mejor aún, pedir los libros
prestados. Aunque ahí tienes que ir con cuidado. Hay un refrán que dice: “ Nunca prestes libros, ya que, al final, nadie los
devuelve”.
-Eso no es ningún refrán. Te
lo acabas de inventar.
-Vale… sí. Pero hablo con
conocimiento de causa. Mira nuestras estanterías: Los únicos libros que tenemos…
son libros que nos han prestado.
Y, hasta la próxima entrada, y sea el día que sea... ¡¡Feliz Fin de Semana!!
Jajajaja, que buena eres!!!!!
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