Me he dado cuenta de que mi
generación, la nacida en la década de los setenta, es la generación de los
esclavos. Somos tan tontos que hemos pasado de obedecer a nuestros padres, a
obedecer a nuestros hijos.
Recuerdo cuánto me molestaba que
mis padres me contestasen con un “…porque
lo digo yo y ¡punto!”. Así que yo me he dedicado a explicarles
absolutamente todo a mis hijos, intentando darles setecientas mil razones por
las que no deben hacer una cosa u otra y, al final… o me daba cabezazos contra
la pared, o acababa diciendo: “…porque lo
digo yo y ¡punto!”. Eso sí: nos consideramos buenos hijos por obedecer a
nuestros padres, pero malos padres si les negamos algo a nuestros hijos.
-¡Mamá! ¿Me ayudas?-me preguntó
mi hija de once años, que, rara vez utiliza más de un monosílabo por frase. (A
no ser que quiera conseguir algo, claro).
-Sí, cielo-contesté sorprendida y
entusiasmada-¿Qué quieres?
-Tengo que hacer un trabajo de
Ciencias.
-Vale. Y…¿Sobre qué? ¿Ecosistemas,
relieves, fauna,…?-yo ya veía que iba a poder explayarme.
-Magia-contestó. Pero… vamos, que
podría haber dicho “condrupotasia
rontomaniana” y habría sonado igual.
-¿Magia? ¿Qué pinta la magia en una clase de Ciencias?
-¿Magia? ¿Qué pinta la magia en una clase de Ciencias?

-Ah, vale. Y… ¿en qué se supone
que te puedo ayudar yo?
-¿Tú no tuviste un novio que era
mago?-nunca dejará de sorprenderme la memoria de mi hija que recuerda lo que le
da la gana, y encima… ¡sin filtros!
-Hombre, mago mago… sabía algunos
truquillos. Nada más-estoy segura de que mi cara adquirió un gracioso tono rojo
tomate al recordar a Jaime, pero, como mi hija no me prestaba la más mínima atención,
me sonrojé para mis adentros.
-Bien… pues cuéntame alguno-casi
me ordenó-He pensado que en el trabajo podría exponer algún truco de magia y luego
explicar cómo se realiza.
-Vale. Pero… ¿qué tiene eso que
ver con la Naturaleza?-incauta de mí.
-¡¿Y eso qué importa?!-Claudia
estaba empezando a enfadarse.
-Hombre, no sé… relación magia-Naturaleza,
Naturaleza-magia…
-Que da igual, mamá. Lo
importante es que presente un trabajo y estoy segura de que el mío les
sorprenderá-Lo sorprendente fue que me hablase sin chillar.
-Sí, les sorprenderá, pero… no
estará bien hecho-le dije con precaución.
-Pero estará…”¡hecho!”-me contestó
con los dientes apretados.
-Ya, cariño, pero no…-Si ya sabía
cómo iba a acabar aquella conversación… ¿por qué siempre me empeñaba en
intentar razonar con ella?
-¡Mamá!-estalló por fin-¡si no me
quieres ayudar, me lo dices y punto!
-Sí, hija, sí. Lo que tú digas-Y
ahí estaba yo, agachando las orejas-A ver… ¿en qué truco habías pensado?
-¡A mí me gusta mucho ese en el que
cortan a las personas en dos!-Y, de repente, era ella la que estaba emocionada.
¿Quién los entiende?
-Pero… “ése”, mi ex no lo hacía. Lo intentó una vez con un pepinillo y casi
se corta un dedo-Y sonreí al recordar cómo se le desencajaba la cara a Jaime
del susto. ¡Pobrecillo! No fue divertido… ¡No es verdad! ¡Fue muy gracioso!
(Perdón. Sigamos)
-He pensado que lo podríamos
probar nosotras-dijo como si no hubiese escuchado nada de lo que le había dicho
hacía apenas unos segundos, como si lo que quisiese probar fuese… no sé… una
ensalada de patatas fritas o cómo conseguir el pelo de Rapunzel en dos semanas.
-¿Cómo… “nosotras”?
-Sí, mira. He estado investigando
y sé, más o menos, cómo hay que hacerlo. Tú serías la ayudante y yo la maga.
-No; si eso lo tengo claro. Pero
¿a qué tipo de ayuda te estás refiriendo?
-¡Ay, mamá!... Hija, a veces hay
que explicártelo todo. Pues tú te tumbas y yo, con una sierra, te corto en dos.
Luego te uno y listo. Eso sí: lo grabamos todo para poder presentarlo.
¡…Y ya está!... Así de fácil. La
verdad es que no sabía si ponerme a reír por su ocurrencia o seguirle la
corriente para que no se sintiese mal.
-Pero… ¡¿tú estás tonta?! ¿Cómo
me vas a cortar? Es que… aunque fuese con anestesia… ¡no! Pero ¡¿qué estoy
diciendo?!
-¡Jo mamá! ¡Cómo eres! Nunca
haces nada por mí-por supuesto, utilizó la misma técnica del lloriqueo que su
hermano-Claro, como Adri es tu preferido… ¡por él sí que haces cosas! ¿eh? …¡¿Y
yo qué?! Para una cosa que te pido…
Menos mal que, al final, no
encontramos una caja lo suficientemente grande como para que yo entrase en ella
(porque, sin saber cómo, acabé accediendo) y mi hija se conformó con realizar el
truco de la congelación instantánea del agua (y por suerte, no quiso congelarme
a mí también).
Éste es sólo un ejemplo del
comportamiento de los hijos, pero, la mayoría de las veces, no puedo entenderlo:
te piden ayuda para todo y tú, por muy absurdo que resulte lo que quieren,
accedes, y al final, hacen lo que les da la gana que, por otro lado, suele ser
lo contrario de lo que te habían pedido al principio. Otras veces te preguntan
cualquier cosa, les contestas lo mejor que sabes y tu respuesta les parece
estúpida. O te piden consejo para el vestuario: “¡Mamá! ¿Qué me queda mejor: la falda rosa o la azul?” Y tú: “La rosa” Y ella: “…Uhmm, no sé. Mejor la azul” Y tú te quedas con la sensación de
ser idiota. “Entonces… ¿para qué me
preguntas?”
Además, tú les puedes decir
cualquier cosa que, para ellos no tienes ni idea de lo que estás hablando,
pero… ¡ojo! Que no llegue Fulanito y le diga lo mismo; que eso sí que va a
misa. Pero entonces me pregunto si nosotros nos comportábamos igual a su edad y
la respuesta es… que sí. Que nosotros hacíamos lo mismo y lo sé, porque, aunque
me cueste reconocerlo, yo estoy empezando a hacer y a decir las cosas que hacía
o decía mi madre y que tanto me molestaban.
Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!