miércoles, 31 de mayo de 2017

2ª PARTE DE "MI PRIMER DÍA DE GIMNASIO"

En la clase éramos veintisiete mujeres y dos hombres: uno, Máxi, el supermonitor, con un cuerpo de esos que te hacen pensar en lo que es capaz de hacer Dios cuando está contento y por el que, por supuesto, babeaban todas las féminas presentes; y el otro… el otro, casi era “otra” que también babeaba. De las veintisiete mujeres, veinte no llegaban a los treinta; cinco eran las “pécoras team”, que ya no cumplirían los cincuenta y, en medio de esa jauría, estábamos Maribel y yo, las intermedias.
Lo siento, pero la clase fue horrible. Me quedé al fondo para pasar inadvertida, pero Máxi se empeñó en colocarme delante (como era nueva). Las “pécoras team” me fulminaron con la mirada, mientras las veinteañeras me inspeccionaban por encima del hombro. El… “otro”, o lo que fuese, se acercó a mí con la intención de echarme a un lado para ir ganando terreno, lo que provocó que me tropezase en varias ocasiones, que pisase a no sé cuántas… “compañeras” y que, al final, tras un mal disimulado empujón de una de las cincuentonas, acabase cayendo encima de Máxi. Y ahí estaba yo: a cuatro patas sobre él, totalmente transpirada y con el rimmel cruzando mi cara a su libre albedrío.
Salí de allí corriendo y me fui al vestuario, muerta de vergüenza y seguida por Maribel.
-¿Estás bien?-me preguntó-No les hagas ni caso. Son como niñas.
-¡Qué vergüenza!-contesté.
-De verdad, no te preocupes. Máxi ya está acostumbrado. Siempre que viene alguien nuevo hacen lo mismo, pero pensé que, al ser mi amiga te dejarían en paz. Lo siento. Mira, ahora vamos a ir a la clase de Pilates y ya verás cómo te relajas ¿vale?
Al menos, lo que había sudado, tanto por la clase como por el disgusto, me había hecho olvidar de la pesadez del desayuno.
La clase de Pilates era otra cosa: todo el mundo estaba en silencio; cada uno en su colchoneta, en su espacio… hasta que la monitora, una niña monísima, llamada Tania empezó a hablar:

-Inspiro abriendo las costillas-y yo… “que abra ¿qué?
-Espiro…-“¿Se puede saber qué significa eso?...¿que me tenía que morir?”
-Contraigo esfínter, escápulas atrás…-“¡Si yo no tengo nada de eso!”
-El cuello largo pensando en crecer…”¡¿Qué chorrada es esa?!”
-Cierro costillas, redondeo zona lumbar y bajo. “Pero… ¡¿En qué idioma habla esta tía?!”
Tania se acercó a mí y muy… “dulcemente” me agarró por los hombros, tiró de ellos hacia atrás y yo temí que acabase juntándolos. Quiso estirar tanto mi cuello que creí que acabaría desenroscándolo del tronco. Después, se puso detrás de mí y colocó sus manos por debajo de mi pecho, intentando llevar mis costillas hacia los laterales, provocándome mil millones de cosquillas y consiguiendo que me doblase hacia delante con sus manos enganchadas aún en mí. En ese preciso momento, entró en clase Máxi,  que venía a coger unas mancuernas.
-¡Sí que vienen con fuerza las nuevas!-dijo riéndose.
Yo no sabía dónde meterme.
Tania, al oír la voz de Máxi, giró la cabeza bruscamente y sus manos se soltaron… “involuntariamente” de mis costillas. Y la fuerza de la gravedad hizo el resto; es decir, que yo cayese de morros contra el suelo y con el culo en pompa.
-¡Uy, perdón!-dijo Tania, sin dejar de mirar a Máxi con cara de embobada.
“¿Uy, perdón?”, ¿eso era todo lo que tenía que decir? ¡Que me acababa de pegar un piñazo impresionante y mi nariz empezaba a parecerse a una berenjena!
-¡Madre mía! ¿Estás bien?-Máxi, sin hacer caso de la cara de atontada de Tania, se acercó corriendo a mí-Ven conmigo. Voy a curarte eso.
-Fi no fafe fagta… franquilo-“¡¿Era yo la que hablaba así?!”
Máxi me llevó a la enfermería, ante las miradas reprobatorias de todas… y digo TODAS, las mujeres del gimnasio, que habían salido del resto de las clases al oír el alboroto.
Entramos en la enfermería y Máxi me ayudó a sentarme en la camilla justo en el momento en que mi nariz comenzaba a sangrar como si fuese un río con vida propia y toda mi camiseta se empapó de rojo.
-Voy a quitarte esto-me dijo mientras me sacaba la camiseta por la cabeza, con tal rapidez que no me dio tiempo a recordar el museo de los horrores que aparecería debajo.
Yo cerré los ojos, espantada. No quería mirarle a la cara y comprobar que se estaba muriendo de risa por mi aspecto, o de asco por mi físico, o de superioridad por el suyo… pero… resultó que sólo oía su respiración y cómo trasteaba por la sala; así que, decidí abrir un ojo. Muy despacio. Después el otro. Y comprobé que ni siquiera me miraba. Únicamente prestaba atención a mi nariz.
-¡Menudo golpe! ¿Te duele mucho?-asentí-Vaya introducción a la vida deportiva que has tenido-me encogí de hombros-Bueno, esto ya está arreglado-y colocó un enorme algodón en uno de mis orificios nasales para que dejase de sangrar.
En un momento en que se agachó para guardar el agua oxigenada en el botiquín, pude ver mi imagen reflejada en el cristal de la puerta. ¡Daba miedo!: la coleta se me había deshecho, el rimel corría sin un trazo definido por mi mejilla derecha y se mezclaba con los tonos morado y violeta que empezaban a definir mi enorme nariz, de la cual sobresalía un no menos gigante tapón de algodón. Al bajar la vista, la cosa se ponía más interesante: mis pechos se perdían en la inmensidad de aquel top desgastado y el resto de mi cuerpo reposaba, capa sobre capa, encima de la camilla, dejando colgadas, como si de dos palillos se tratase, aquellas ridículas piernas.
Quería llorar. Quería irme de allí y no volver jamás. “A lo mejor… podría cambiarme de ciudad”.
-Si quieres… te acompaño a casa-se ofreció Máxi y… por supuestísimo, en mi cara se descubrió una perplejidad absoluta-No me gustaría que te fueses con la sensación de que en los gimnasios todos somos iguales.

Y… bueno, aunque al principio, en mi cabeza, en cuestión de siete segundos, se había creado una historia de amor, con final feliz de los de comer perdices y esas cosas…, resultó que Máxi, a pesar de estar como un queso, de ser un tío sensible, inteligente y educado… pues… no… me acababa de llenar, no… era mi tipo. ¡Vaaaaale! En realidad, yo no le gustaba; pero consiguió que volviese al gimnasio, que le fuese tomando gusto al deporte, e incluso que me apuntase a algún curso de perfeccionamiento. ¿Qué cuando ocurrió todo eso?

Hará unos siete años. Desde entonces, soy la recepcionista del gimnasio.

Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!

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