En la clase
éramos veintisiete mujeres y dos hombres: uno, Máxi, el supermonitor, con un
cuerpo de esos que te hacen pensar en lo que es capaz de hacer Dios cuando está
contento y por el que, por supuesto, babeaban todas las féminas presentes; y el
otro… el otro, casi era “otra” que
también babeaba. De las veintisiete mujeres, veinte no llegaban a los treinta;
cinco eran las “pécoras team”, que ya
no cumplirían los cincuenta y, en medio de esa jauría, estábamos Maribel y yo,
las intermedias.
Lo siento,
pero la clase fue horrible. Me quedé al fondo para pasar inadvertida, pero Máxi
se empeñó en colocarme delante (como era nueva). Las “pécoras team” me fulminaron con la mirada, mientras las
veinteañeras me inspeccionaban por encima del hombro. El… “otro”, o lo que fuese, se acercó a mí con la intención de echarme a
un lado para ir ganando terreno, lo que provocó que me tropezase en varias
ocasiones, que pisase a no sé cuántas… “compañeras”
y que, al final, tras un mal disimulado empujón de una de las cincuentonas,
acabase cayendo encima de Máxi. Y ahí estaba yo: a cuatro patas sobre él, totalmente
transpirada y con el rimmel cruzando mi cara a su libre albedrío.
Salí de allí
corriendo y me fui al vestuario, muerta de vergüenza y seguida por Maribel.
-¿Estás
bien?-me preguntó-No les hagas ni caso. Son como niñas.
-¡Qué
vergüenza!-contesté.
-De verdad, no
te preocupes. Máxi ya está acostumbrado. Siempre que viene alguien nuevo hacen
lo mismo, pero pensé que, al ser mi amiga te dejarían en paz. Lo siento. Mira,
ahora vamos a ir a la clase de Pilates y ya verás cómo te relajas ¿vale?
Al menos, lo
que había sudado, tanto por la clase como por el disgusto, me había hecho
olvidar de la pesadez del desayuno.
La clase de
Pilates era otra cosa: todo el mundo estaba en silencio; cada uno en su
colchoneta, en su espacio… hasta que la monitora, una niña monísima, llamada
Tania empezó a hablar:

-Inspiro abriendo las costillas…-y yo… “que abra ¿qué?
-Espiro…-“¿Se puede saber qué significa eso?...¿que me tenía que morir?”

-Inspiro abriendo las costillas…-y yo… “que abra ¿qué?
-Espiro…-“¿Se puede saber qué significa eso?...¿que me tenía que morir?”
-Contraigo
esfínter, escápulas atrás…-“¡Si yo no
tengo nada de eso!”
-El cuello
largo pensando en crecer…”¡¿Qué chorrada
es esa?!”
-Cierro
costillas, redondeo zona lumbar y bajo. “Pero…
¡¿En qué idioma habla esta tía?!”
Tania se
acercó a mí y muy… “dulcemente” me
agarró por los hombros, tiró de ellos hacia atrás y yo temí que acabase
juntándolos. Quiso estirar tanto mi cuello que creí que acabaría desenroscándolo
del tronco. Después, se puso detrás de mí y colocó sus manos por debajo de mi
pecho, intentando llevar mis costillas hacia los laterales, provocándome mil
millones de cosquillas y consiguiendo que me doblase hacia delante con sus
manos enganchadas aún en mí. En ese preciso momento, entró en clase Máxi, que venía a coger unas mancuernas.
-¡Sí que
vienen con fuerza las nuevas!-dijo riéndose.
Yo no sabía
dónde meterme.
Tania, al oír
la voz de Máxi, giró la cabeza bruscamente y sus manos se soltaron… “involuntariamente” de mis costillas. Y
la fuerza de la gravedad hizo el resto; es decir, que yo cayese de morros contra
el suelo y con el culo en pompa.
-¡Uy,
perdón!-dijo Tania, sin dejar de mirar a Máxi con cara de embobada.
“¿Uy, perdón?”, ¿eso era todo lo que
tenía que decir? ¡Que me acababa de pegar un piñazo impresionante y mi nariz
empezaba a parecerse a una berenjena!
-¡Madre mía!
¿Estás bien?-Máxi, sin hacer caso de la cara de atontada de Tania, se acercó
corriendo a mí-Ven conmigo. Voy a curarte eso.
-Fi no fafe
fagta… franquilo-“¡¿Era yo la que hablaba
así?!”
Máxi me llevó
a la enfermería, ante las miradas reprobatorias de todas… y digo TODAS, las
mujeres del gimnasio, que habían salido del resto de las clases al oír el
alboroto.
Entramos en la
enfermería y Máxi me ayudó a sentarme en la camilla justo en el momento en que
mi nariz comenzaba a sangrar como si fuese un río con vida propia y toda mi
camiseta se empapó de rojo.
-Voy a
quitarte esto-me dijo mientras me sacaba la camiseta por la cabeza, con tal
rapidez que no me dio tiempo a recordar el museo de los horrores que aparecería
debajo.
Yo cerré los
ojos, espantada. No quería mirarle a la cara y comprobar que se estaba muriendo
de risa por mi aspecto, o de asco por mi físico, o de superioridad por el suyo…
pero… resultó que sólo oía su respiración y cómo trasteaba por la sala; así
que, decidí abrir un ojo. Muy despacio. Después el otro. Y comprobé que ni
siquiera me miraba. Únicamente prestaba atención a mi nariz.
-¡Menudo
golpe! ¿Te duele mucho?-asentí-Vaya introducción a la vida deportiva que has
tenido-me encogí de hombros-Bueno, esto ya está arreglado-y colocó un enorme
algodón en uno de mis orificios nasales para que dejase de sangrar.
En un momento
en que se agachó para guardar el agua oxigenada en el botiquín, pude ver mi
imagen reflejada en el cristal de la puerta. ¡Daba miedo!: la coleta se me
había deshecho, el rimel corría sin un trazo definido por mi mejilla derecha y
se mezclaba con los tonos morado y violeta que empezaban a definir mi enorme
nariz, de la cual sobresalía un no menos gigante tapón de algodón. Al bajar la
vista, la cosa se ponía más interesante: mis pechos se perdían en la inmensidad
de aquel top desgastado y el resto de mi cuerpo reposaba, capa sobre capa,
encima de la camilla, dejando colgadas, como si de dos palillos se tratase,
aquellas ridículas piernas.
Quería llorar.
Quería irme de allí y no volver jamás. “A
lo mejor… podría cambiarme de ciudad”.
-Si quieres…
te acompaño a casa-se ofreció Máxi y… por supuestísimo, en mi cara se descubrió
una perplejidad absoluta-No me gustaría que te fueses con la sensación de que
en los gimnasios todos somos iguales.
Y… bueno,
aunque al principio, en mi cabeza, en cuestión de siete segundos, se había
creado una historia de amor, con final feliz de los de comer perdices y esas
cosas…, resultó que Máxi, a pesar de estar como un queso, de ser un tío sensible,
inteligente y educado… pues… no… me acababa de llenar, no… era mi tipo. ¡Vaaaaale!
En realidad, yo no le gustaba; pero consiguió que volviese al gimnasio, que le
fuese tomando gusto al deporte, e incluso que me apuntase a algún curso de
perfeccionamiento. ¿Qué cuando ocurrió todo eso?
Hará unos siete años. Desde
entonces, soy la recepcionista del gimnasio.
Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!
es que haces que me lo imagine!! simplemente me encanta! quiero maaaaaaas jajajaja
ResponderEliminarGracias amigo!!
EliminarYo también quiero más, me encanta!!!
ResponderEliminarQue buena eres!!!!! 😂 😂 😂 😂 😂 más, más
ResponderEliminar