jueves, 8 de junio de 2017

HABLANDO CON MI HIJA

Me he dado cuenta de que mi generación, la nacida en la década de los setenta, es la generación de los esclavos. Somos tan tontos que hemos pasado de obedecer a nuestros padres, a obedecer a nuestros hijos.
Recuerdo cuánto me molestaba que mis padres me contestasen con un “…porque lo digo yo y ¡punto!”. Así que yo me he dedicado a explicarles absolutamente todo a mis hijos, intentando darles setecientas mil razones por las que no deben hacer una cosa u otra y, al final… o me daba cabezazos contra la pared, o acababa diciendo: “…porque lo digo yo y ¡punto!”. Eso sí: nos consideramos buenos hijos por obedecer a nuestros padres, pero malos padres si les negamos algo a nuestros hijos.

-¡Mamá! ¿Me ayudas?-me preguntó mi hija de once años, que, rara vez utiliza más de un monosílabo por frase. (A no ser que quiera conseguir algo, claro).
-Sí, cielo-contesté sorprendida y entusiasmada-¿Qué quieres?
-Tengo que hacer un trabajo de Ciencias.
-Vale. Y…¿Sobre qué? ¿Ecosistemas, relieves, fauna,…?-yo ya veía que iba a poder explayarme.
-Magia-contestó. Pero… vamos, que podría haber dicho “condrupotasia rontomaniana” y habría sonado igual.
-¿Magia? ¿Qué pinta la magia en una clase de Ciencias?
-Verás…-y cogió aire. Como si tuviese que realizar un gigantesco esfuerzo para hablar-el profe nos ha explicado que, según no sé quién, primero el hombre creía que podía dominar a la Naturaleza y así nació la magia. Luego, ese hombre reconoció que no podía y le pidió ayuda a un ser superior; o sea que nació la religión y, al final, se da cuenta de que puede dominarla gracias a la técnica, pero con limitaciones; y nace la ciencia. A mí me ha tocado el punto uno: el de la magia.
-Ah, vale. Y… ¿en qué se supone que te puedo ayudar yo?
-¿Tú no tuviste un novio que era mago?-nunca dejará de sorprenderme la memoria de mi hija que recuerda lo que le da la gana, y encima… ¡sin filtros!
-Hombre, mago mago… sabía algunos truquillos. Nada más-estoy segura de que mi cara adquirió un gracioso tono rojo tomate al recordar a Jaime, pero, como mi hija no me prestaba la más mínima atención, me sonrojé para mis adentros.
-Bien… pues cuéntame alguno-casi me ordenó-He pensado que en el trabajo podría exponer algún truco de magia y luego explicar cómo se realiza.
-Vale. Pero… ¿qué tiene eso que ver con la Naturaleza?-incauta de mí.
-¡¿Y eso qué importa?!-Claudia estaba empezando a enfadarse.
-Hombre, no sé… relación magia-Naturaleza, Naturaleza-magia…
-Que da igual, mamá. Lo importante es que presente un trabajo y estoy segura de que el mío les sorprenderá-Lo sorprendente fue que me hablase sin chillar.
-Sí, les sorprenderá, pero… no estará bien hecho-le dije con precaución.
-Pero estará…”¡hecho!”-me contestó con los dientes apretados.
-Ya, cariño, pero no…-Si ya sabía cómo iba a acabar aquella conversación… ¿por qué siempre me empeñaba en intentar razonar con ella?
-¡Mamá!-estalló por fin-¡si no me quieres ayudar, me lo dices y punto!
-Sí, hija, sí. Lo que tú digas-Y ahí estaba yo, agachando las orejas-A ver… ¿en qué truco habías pensado?
-¡A mí me gusta mucho ese en el que cortan a las personas en dos!-Y, de repente, era ella la que estaba emocionada. ¿Quién los entiende?
-Pero… “ése”, mi ex no lo hacía. Lo intentó una vez con un pepinillo y casi se corta un dedo-Y sonreí al recordar cómo se le desencajaba la cara a Jaime del susto. ¡Pobrecillo! No fue divertido… ¡No es verdad! ¡Fue muy gracioso! (Perdón. Sigamos)
-He pensado que lo podríamos probar nosotras-dijo como si no hubiese escuchado nada de lo que le había dicho hacía apenas unos segundos, como si lo que quisiese probar fuese… no sé… una ensalada de patatas fritas o cómo conseguir el pelo de Rapunzel en dos semanas.
-¿Cómo… “nosotras”?
-Sí, mira. He estado investigando y sé, más o menos, cómo hay que hacerlo. Tú serías la ayudante y yo la maga.
-No; si eso lo tengo claro. Pero ¿a qué tipo de ayuda te estás refiriendo?
-¡Ay, mamá!... Hija, a veces hay que explicártelo todo. Pues tú te tumbas y yo, con una sierra, te corto en dos. Luego te uno y listo. Eso sí: lo grabamos todo para poder presentarlo.
¡…Y ya está!... Así de fácil. La verdad es que no sabía si ponerme a reír por su ocurrencia o seguirle la corriente para que no se sintiese mal.
-Pero… ¡¿tú estás tonta?! ¿Cómo me vas a cortar? Es que… aunque fuese con anestesia… ¡no! Pero ¡¿qué estoy diciendo?!
-¡Jo mamá! ¡Cómo eres! Nunca haces nada por mí-por supuesto, utilizó la misma técnica del lloriqueo que su hermano-Claro, como Adri es tu preferido… ¡por él sí que haces cosas! ¿eh? …¡¿Y yo qué?! Para una cosa que te pido…
Menos mal que, al final, no encontramos una caja lo suficientemente grande como para que yo entrase en ella (porque, sin saber cómo, acabé accediendo) y mi hija se conformó con realizar el truco de la congelación instantánea del agua (y por suerte, no quiso congelarme a mí también).

Éste es sólo un ejemplo del comportamiento de los hijos, pero, la mayoría de las veces, no puedo entenderlo: te piden ayuda para todo y tú, por muy absurdo que resulte lo que quieren, accedes, y al final, hacen lo que les da la gana que, por otro lado, suele ser lo contrario de lo que te habían pedido al principio. Otras veces te preguntan cualquier cosa, les contestas lo mejor que sabes y tu respuesta les parece estúpida. O te piden consejo para el vestuario: “¡Mamá! ¿Qué me queda mejor: la falda rosa o la azul?” Y tú: “La rosa” Y ella: “…Uhmm, no sé. Mejor la azul” Y tú te quedas con la sensación de ser idiota. “Entonces… ¿para qué me preguntas?”
Además, tú les puedes decir cualquier cosa que, para ellos no tienes ni idea de lo que estás hablando, pero… ¡ojo! Que no llegue Fulanito y le diga lo mismo; que eso sí que va a misa. Pero entonces me pregunto si nosotros nos comportábamos igual a su edad y la respuesta es… que sí. Que nosotros hacíamos lo mismo y lo sé, porque, aunque me cueste reconocerlo, yo estoy empezando a hacer y a decir las cosas que hacía o decía mi madre y que tanto me molestaban.


Y, hasta la próxima entrada y sea el día que sea... ¡¡¡Feliz Fin de Semana!!!

1 comentario: